miércoles, enero 04, 2006

Reginaldo Atanay nos ofrece una hermosa y bien lograda semblanza de Alipio Cocco Cabrera, un periodista que surgió del polvo y humo de un sub mundo de gentes de pueblo humilde y trabajadora, sincera y sencilla. Así es su Villa Mella amada, el terruño que le vio nacer y que le ama a el, porque Alipio jamás le ha fallado a sus gentes. En lo que a mi concierne me llena de alegría este trabajo periodístico bien logrado porque ambos son colegas a los que aprecio y distingo no obstante le dije a Reginaldo: Has realizado un trabajo de síntesis estupendo porque Alipio es un “tajalan” con material para un buen libro, lo se porque estuve a su lado cuando dio sus primeros pasos en el periodismo, primero como corresponsal de radio y luego En El Nacional de Ahora, Alipio no miente y su sinceridad lo engrandece, lo se porque también me toco ser amigo de sus primos los hermanos Cocco Solano y del ingeniero Churchil Martines su amigo de infancia. Me satisface que Reginaldo me permitiera publicar este trabajo en mi Web, es un honor porque se trata de dos veteranos periodistas que han triunfado en esta urbe competitiva y difícil: Enhorabuena muchachos, les reitero de todo corazón y que Dios les bendiga. Moisés Iturbides.

fecha Martes 3 de Enero, 2006
Dirección electrónica de Reginaldo Atanay: Reginaldo_Atanay@yahoo.com
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Cocco Cabrera: hijo de la miseria y ahijado de las calamidades: un triunfador
Por Reginaldo Atanay /01/03/2005
Alipio Cocco Cabrera
Nueva York. (www.atanay.com) Nacer bajo el aparente desamparo de la Divinidad, y acosado por el abandono y la miseria puede que sea la vía más expedita para que se forme un carácter de odio, de angustias reprimidas... o sueltas, y que a medida crezca la persona, con ella lo hagan también las tristezas. Pero ese patrón deja de serlo para darle paso a una de las excepciones de la regla, como es el caso de un niño albino que comenzó a vivir un 27 de marzo, en un poblado, entonces lejano de lo urbano, llamado Villa Mella, dentro de la jurisdicción del Distrito Nacional, donde se asienta Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, Primada de América. Alipio Antonio Cocco Cabrera llegó sólo con el apellido de su madre, pues la actitud de su padre no permitió que le heredara el apellido; pero el muchacho se adjudicó el apellido negado... y con ese apellido y otras cosas más, ha sabido burlarse y reírse de sus orígenes, para decir que él, “es el único coco que habla” y que también “es el único” que sabe por dónde la entra el agua al coco, y la semilla al aguacate. Su niñez desvalida y miserable despertó en él ansias de superación, pero sin demasiado afán por llegar a mejores situaciones, dejándose llevar por la corriente de la vida, viendo y viviendo, la alegría; la jocosidad. Y también la informalidad.
”No estaba preparada para el embarazo”
Margarita Cocco, su madre, fallecida no hace mucho tiempo, “no estaba preparada para el embarazo”, cuenta Alipio. Su manera de ser, la forma en que había crecido hizo que ella no fuera lo suficientemente dedicada a la vida de su hijo. “Era callejera; no tenía domicilio fijo, vivía en casas de los amigos... y no tuvo casa propia.” Sólo la tuvo muchos, muchos años después, cuando su hijo, ya “hecho y derecho” se esforzó en proveérsela, y esa es una de las mayores alegrías que animan a ese hombre que con la misma soltura pronuncia un coño... que una bendición.
Por estar su niñez tan poco protegida, al lado de su madre, fue que intervino Ernestina Cocco, la abuela del muchacho, y del cual se hizo cargo, hasta que ella misma se marchó de la vida.
El papá de Alipio, murió hace tiempo, y no dejó huella afectiva honda en el ánimo de su hijo, pues éste llegó a verlo, ya hecho hombre, de manera casual, en la ciudad de Barahona, ciudad situada al sur de Dominicana.
Así lo conoció y recuerda que era calvo, de ojos verdes... vivía en una casa de concreto que estaba construyendo.
Su expresión se torna algo taciturna... mira hacia un lado y luego deja caer la vista en el suelo. Y parece recordar. Y recuerda. Recuerda a su mamá, y lo que le contaba la abuela: que ella no tenía domicilio fijo, y en la casa de unos amigos donde ella pernoctaba, no había cupo para él. Quedaba afuera, “no había cama para tanta gente”, dice, remedando la letra de un son.
La miseria y las calamidades se habían encariñado con el muchacho. Vivió en su infancia un período más o menos acogedor, pero en medio siempre de estrecheces, mientras la abuela vivía. La vieja tenía una fritura en el barrio San Antonio, de Villa Mella.
Villa Mella es un pueblo de pobrezas, sí, pero de tradiciones ancestrales, y también tiene sus riquezas. Aquel sitio es famoso principalmente por sus frituras. La gente va allí, desde Santo Domingo, a proveerse de chicharrones de cerdo, embutidos como la longaniza y la morcilla; sancocho de habichuelas.
Doña Ernestina se las arreglaba, para la menduca suya y la de su nieto, vendiendo sus frituras.
Sitio de ex esclavos y de atabales
Villa Mella, tiene en su historia, la esclavitud. Allí viven descendientes lejanos de esclavos africanos de la época de los colonizadores. Y entre ellos han creado clanes de cultos y folklore, que forman parte de la riqueza cultural de aquel sitio.
La Hermandad del Espíritu Santo, es una agrupación folklórica nacida allí, y que cuenta con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que la ha reconocido como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”.
En las entrañas de Alipio están fijados el polvo y el olor a manteca de cerdo, junto a sus ansias de “tener una vida mejor”, ansiedad que fue creciendo a medida que las imposibilidades hacían de él su presa.
Su situación, medio mala, empeoró cuando su abuela lo dejó, al morirse.
“Ahí comenzaron las penurias”, dice. Y en ese decir, hay un mohín de tristeza. “Porque me abuela fue para mí no sólo el sostén para fines de obtener el pan de cada día, sino que su cariño me era como muleta, para yo caminar en medio de la miseria en que nací. Sé que en el más allá ella debe estar bien; yo, desde “el más acá”, la bendigo. Como bendigo a mi madre y comprendo, ahora, lo que ella también sufrió.
Cuando su abuela murió, Alipio quedó, dice, remedando un dicho popular, “en la calle y sin llavín”. Y eso fue, no en sentido figurado, sino terriblemente cierto, real y palpable.
Comenzó a dormir, en automóviles que estaban en un taller de un mecánico apodado El Mocano, que estaba justo frente al cocal en donde su abuela tuvo la fritura. Allí había carros abandonados, otros pendientes de reparación, y unos vehículos más viejos que eran tenidos por el amo del sitio como banco de piezas, para usarlas, cuando llegaba algún cliente, en procura de un arreglo económico de su carro.
“Recuerdo”, dice Cocco Cabrera, “un hecho que jamás podré olvidar, porque cuando lo experimenté sentí la orfandad y la majestad tenebrosa de la soledad y el desamparo. Estando junto a la bomba de gasolina de El Mocano, un día alguien me dijo que ellos estaban cansados de mi presencia allí. Me tomó de los brazos, estremeciendo mi endeble cuerpo, y me espetó: “La próxima vez que te atrape durmiendo uno de los carros, te voy a quemar.”
Aparte de no tener dónde pasar la noche, y casi también el día, le llegó otra de las desgracias que suelen acompañar al desheredado de la fortuna: el hambre.
Al mediodía, a la hora del almuerzo, Alipio se valía de un pedazo de pan, y “lo bajaba” con agua de azúcar crema. Esa clase de azúcar, ahora, se dice que es saludable, y gentes de todas las clases social la procuran, en vez del refinado, pero en los tiempos en que el nieto de doña Ernestina desenvolvía su vida entre polvos, moscas y perros realengos cargados de garrapatas, los que le daban uso al azúcar crema eran los pobres.
Con ese alimento el muchacho cubría la cuota del día, por lo que amanecía “con el estómago pegado a la espalda”
Recuerda a una tía política, quien de vez en cuando le daba de comer. Y también, cuando estaba de andariego por los montes, descalzo, buscando mangos maduros para saciar el hambre. “Al andar sin zapatos, muchas veces me cortaba los pies con trozos de botellas rotas; más de una vez un clavo o una tachuela penetraron graciosamente en uno de mis pies, pero el dolor era compensado al conseguir dos o tres mangos, de esos que llaman “guerrero”, con mucha masa. Para mí, eso es un manjar exquisito.
Los problemas en la escuela
Alipio siempre le tuvo amor a la escuela; a los estudios, pero tenía varios impedimentos para desenvolverse en el plantel. Uno de ellos, su visión. Otro: la inexistencia de recueros económicos para proveerse de los espejuelos, que le corregirían las deficiencias de visión.
“Pasé mucha vergüenza en el aula. Los condiscípulos llegaron a burlarse de mí. Tú sabes cómo son los muchachos con eso de las burlas. Y uno, muchacho también, se acompleja y se encoje.”
Y era que su condición de albino, tiene como aditamento, una visión menos de lo normal, además del color de la piel, poco común. Así pues, la deficiencia en la vista, le impedía ver con claridad, desde su pupitre, las palabras que la profesora anotaba en el pizarrón.
Para solucionar ese problema, había que ir adonde el oculista, para el examen; luego, adonde el optómetra. Mas para llegar a todo eso, se necesitaba el bastón del dinero, y si la plata le hacía falta para comprar alimentos, ¿no iba a faltarle, también, para comprar espejuelos?
Así pues, se dispuso a recoger botellas vacías en todas las calles del vecindario, para venderlas en el colmado cercano. La tarea debió tomar mucho tiempo, pero valió la pena, pues logró reunir dinero suficiente para trasladarse a Santo Domingo, y allí consiguió los espejuelos. Ya la cosa comenzaba a cambiar. Y el optimismo comenzó a crecer en el mozalbete.
En esos días tuvo un estímulo formidable que le sirvió de mucho para su futuro. El estímulo le llegó del entonces presidente de la República, Joaquín Balaguer.
Alipio: Joaquín Balaguer: su inspiración
Hay en el coleto de Alipio, un agradecimiento perenne hacia el extinto ex presidente de la República Dominicana, Joaquín Balaguer. Y ese sentimiento lo manifiesta en tono solemne, poniendo aparte las decisiones que, en su ejercicio, el político tomó a favor o en contra de unos u otros.
Balaguer, fue un educador por excelencia; ejerció el magisterio, y cuando las situaciones lo llevaron a las esferas de poder más altas del país, en sus adentros seguía en ebullición su vocación por la enseñanza.
Muchas madres agradecieron a Balaguer el que sus hijos fueran a clase, aprendieran; se graduaran.
Alipio no recibió una ayuda continua de Balaguer, sino que lo que le dio, fue “de un solo golpe.”
Recuerda Alipio que cuando él entraba a la adolescencia, una vez, Balaguer, en campaña política, fue a Villa Mella. “Me acogió a su lado, y me dio manifestación de cariño”, dice.
--¿Estás estudiando?— le inquirió el caudillo.
Los estudios estaban, en esos días, fuera de la cabeza del muchacho, precisamente por las dificultades que lo acosaban: desamparo y problemas de la visión.
-- ¿Tú no estás estudiando, mi hijo? – volvió a preguntarle el hombre de estado, al tiempo que metía su mano en uno de los bolsillos internos de su saco, para obsequiarle con cinco pesos.
“Eso en mí fue un golpe de efecto; fuerte. Tanto, que volví a la escuela, pero tenía que arreglármelas para mi manutención, y por eso me ocupé de los trabajos más disímiles, como son el de limpiabotas, vendedor callejero de mani, “pitcher de guaguas”, cargador de latas de agua para distintas personas, por cinco centavos. A todo esto, mi figura era diminuta y enclenque, pero había espíritu de superación”, comenta.
Cuando fue a la capital, también vendió excrementos de caballo, que conseguía en el Hipódromo Perla Antillana, y que era usado para abonar la tierra de los jardines urbanos.
Cuando la invasión de EEUU: escopeta de juguete
A unos tres días de estallar la guerra civil en la ciudad de Santo Domingo, en abril de 1965, que derrocó al gobierno del “Triunvirato de Dos” se produjo la invasión militar de Estados Unidos.
Alrededor de 42 mil infantes de la Marina estadounidense llegaron a Dominicana, acompañados de algunos militares de otros países, como Brasil, por ejemplo. Fue la llamada Fuerza Internacional de Paz, que estaba bajo la regencia de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Los “marines” fueron extendiendo su campo de acción desde Santo Domingo hasta a Villa Mella, que no está muy lejana de la ciudad capital. Allí los militares se acercaron a la fritura de la abuela de Alipio, y éste, tenía en mano una escopeta de juguete.
“Al principio, mi abuela ‘me ponía’ juguetes, con motivo del Día de Reyes, pero después que ella murió nadie me hizo disfrutar de juguetes nuevos. Ese día en que llegaron los marines a Villa Mella, por poco me matan, y cuando mi abuela se dio cuenta de la situación, “se volvió loca”, cuenta Alipio, para agregar que la vieja gritó despavorida:
--¡Me matan mi hijo!—y parece que el grito de la anciana hizo que los militares se fijaran mejor en el muchacho, para darse cuenta que lo que portaba era un juguete inofensivo.
Unas pequeñas cosas...
Las experiencias vividas por Cocco, él mismo dice que “son de película.”
Y es que hay personas a quienes la vida “los saca aparte” para que vivan experiencias especiales. Alipio es una de ellas. “Claro”, señala, “uno, algunas de esas experiencias, las cuenta con alguna alegría o chiste; pero cuando las está viviendo... ¡tamaña vaina, mi hermano! Cuando provoqué alarma con una escopeta de juguete, me asusté más que el carajo, pues yo jamás pensé crear esa situación; jugar con ese artefacto era una de mis preferencias, como lo era también el “jugar bolas”, con esas bolitas pequeñas de cristal.”
Recuerda anécdotas notables y menos notables. Entre estas últimas, cita la vez en que le dieron un puntapié en los testículos, justo cuando intentaba levantarse del asiento de un carro viejo donde dormía. Y también, que su primer cumpleaños se lo celebraron... ¡cuando cumplió los cuarenta!
¿Y cuando ‘se confundió’, al creer que su profesora de tercer grado estaba enamorada de él?
“Porque hay algo en la niñez, y en el comienzo de la adolescencia, que empuja a uno a creer cosas que nuestros viejos llaman “caballá”; son tonterías, fantasías. Como cuando uno, jugando solo, en el patio, empieza a hablar con amiguitos imaginarios. Dicen que los niños ven duendes. Yo ví y sentí ilusiones. Y esas ilusiones me hicieron soportar los rigores de aquellos momentos, y me acompañaron en tantos tiempos de soledad que viví. Ahora bien, no fue ilusión la vez aquella en que me tragué un pito y hubo que llevarme al hospital corriendo, porque me asfixiaba.”
Creía que el policía le pegaba a la abuela, pero...
La abuela de Alipio hacía fritos de plátanos, sí. Y bacalítos.
Era “una fenómena” en la confección y fritura de yaniqueques, la torta de harina de trigo, mezclada con yema de huevos, levadura y otros aditamentos, de origen cocolo, y que es del gusto de la mayoría de los dominicanos.
“También, la vieja era muy humana. Y me consentía mucho. Yo en aquellos tiempos “veía por los ojos de mi abuela” y estoy seguro que ella también experimentaba esa sensación. Yo estaba siempre pendiente a lo de ella, y ella a lo mío. Estábamos completamente compenetrados. Porque se sabe que muchos abuelos quieren a sus nietos, digamos... de manera doble. Es decir, que al ver en uno al hijo de sus hijos, sienten como que son más de ellos aún. Así era mi agüelita. Porque haz de recordar que en nuestro país, cuando éramos chiquitos, no decíamos abuela, sino “agüela”.
Un caso que ahora, al recordarlo hace que Cocco se ría, fue de gran apuro para él, en su infancia.
Y fue la vez en que la abuela “se enredó” con un agente de policía recién llegado, de puesto a Villa Mella. Hicieron vida marital, durante algún tiempo. El policía, de nombre Marcos, era mucho más joven que la señora.
“Recuerdo que una madrugada oí un escándalo entre ellos y comencé a llorar, porque entendía que Marcos le estaba pegando a mi abuela. Y desde ahí comenzó ella a tener problemas con Marcos; fue uno de los problemas más jodidos que tuve en aquel tiempo; frustrante”, dice el locutor y productor, con un dejo de picardía.
Señala que “en la oscuridad, y como ellos hacían esa bulla, yo creía que le estaba pegando a la vieja, pero no. No sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando. Porque aún, yo no sabía lo que era practicar el sexo.”
Dibuja con su memoria el ambiente del negocio de su abuela: La fritura era muy popular, y la frecuentaban personajes importantes de la época, entre ellos, familiares del dictador Rafael L. Trujillo.
“De los maridos que tuvo mi abuela, recuerdo a Nestico Ferrer. Ese fue el que un poquito como que me apoyó; como si fuera mi padre. Nestico era cantante, chulo. Quizás esa vaina de chulería que tengo se la debo a él, ¿no? El se dejó de mi abuela... y ahí se jodió la cosa para mí. Mi abuela estaba enferma, y Nestico se mudó con otra mujer”, dice.
“Un cuero me violó a las 9 años”
Pero desde aquella noche, no pasó mucho tiempo para que Alipio fuera iniciado en los menesteres del sexo.
“Un cuero me violó cuando yo tenía 9 años”, dice el hombre de nuestra historia. En Dominicana, llaman “cuero”, a las prostitutas.
“Fue encima de una estera que me lo hizo. Me obligó, pero yo no estaba preparado para eso, por lo que a esa mujer, en ese momento, lo que le produje fue frustración, y no el placer que ella buscaba. Hasta entonces, yo nunca había visto a una mujer desnuda. Pero luego, cuando tenía 12 años de edad, la busqué en San Pedro de Macorís... e hicimos el amor”, dice, triunfante, el galán villamellero.
En el mismo Macorís, llegó a administrar un bar en el barrio de La Arena. Aquel sector, destartalado ya, llegó a ser lo que alguien llamó “una Naciones Unidas pequeña”; pero era de chiste, para significar que allí iban a ejercer prostitutas de todo el territorio nacional... e iban clientes provenientes de distintas partes del mundo.
“Macorís del Mar”, como le llamaba el eminente siquiatra y autor petromacorisano Antonio Zaglul, llegó a ser la ciudad con puerto de mar más importante del país; allá iban barcos de carga, de turismo, de guerra, de todas partes del mundo. Y como se sabe, los marineros son dados disfrutar esparcimiento en los prostíbulos, después de días, semanas, y hasta meses de hacer vida de mar.
El tiempo en que Cocco fue administrador de aquel bar, no fue largo, como tampoco debió esperar mucho para que allí mismo, la primera semana de trabajo, le propinaran un botellazo en la cabeza. “Sabes que los cueros tienen chulos (hombres que les dan servicio sexual, y que les controlan las “entradas y salidas” del negocio) y con ese tipo, que estaba borracho, me puse a discutir, y me dio un botellazo.”
Cocco, ¡también fue chulo! Cuando ya se había independizado, para sobrevivir, alquilaba su propia cama a prostitutas, las que llevaban los clientes a su cuarto. En ese menester, consiguió el poder administrar prostitutas y diferentes bares. Cree que tiene diez hijos; pero sólo conoce a cuatro.
Otra cosa: siempre quiso ser cura. En la iglesia de Villa Mella, regalaba dulces a los monaguillos, para que le prestaran sus sotanas y roquetes, a fin de satisfacer su fantasía de “ser un cura.”
Pero también, sustrajo muchos huesos humanos, dice, del osario, en el cementerio municipal, y con tales instrumentos se divertía, asustando a los niños del barrio.
Su vida en los prostíbulos fue siempre agitada, pues a cada rato tenía que discutir con los chulos que plagaban el negocio, “porque los cueros de ahora, no son como los de antes. Ahora sirven, y hay que darles sus “cuartos” obligatoriamente. Me enchulé con una llamada Francisca. Esa fue mi primera experiencia, en ese aspecto. Después otro cuero la mató. Más adelante seguí enredándome con cueros. Me envicié con los cueros. Pero aprendí mucho de ese mundo, lo que me ha servido para mi carrera.”
Comenzó a ingerir bebidas alcohólicas, y a fornicar, a los doce años de edad. Estima que tiene unos veinte hermanos paternos, de los que ha conocido sólo tres o cuatro; de madre, no tiene. Su padre, que era mecánico, también era un visitante asiduo de los prostíbulos; tenía un negocio “no muy cristiano” en la ciudad de Barahona, al sur del país, llamado “El Flamingo”
Ser albino: una de sus frustraciones
Alipio cuenta que su condición de albino ha sido una de sus grandes frustraciones. Desde que era niño.
“Albino... ser albino es extraño. Un individuo albino como yo es un ser raro; miran a uno como si fuera cosa del otro mundo, y uno tiene que sobreponerse, para no amilanarse. Yo me he impuesto a eso, he podido dominar esa situación, pues ya, que yo sea albino, es una cosa que la tomo a relajo. Y ya. Y sigo siendo, sigo andando, andando mucho y, gracias a Dios, progresando, porque en mi profesión... no puedo quejarme. He llegado a lo máximo aunque en otros asuntos, en otras aspiraciones, aún no he podido realizarme.”
Hubo tiempo en que Cocco, para ocultar lo más posible el color de su piel, usaba camisa de mangas largas, y en ocasiones se teñía el pelo color caoba.
Señala: “Entonces, no me gustaba andar de día, sino permanecer oculto para que la gente no me viera. Tuve parásitos intestinales, sí, muchos, pero nunca sufrí de una enfermedad grave. Me contagiaron, si, gonorrea; y ladillas. A la mayoría de las gentes les han tomado fotos de su niñez, con sus padres, cargados los niños o gateando. Yo no tengo ningún recuerdo de eso, pues entonces nadie me tomó fotos.” Alipio Cocco Cabrera sigue siendo una figura de principalía en la radio hispana de Nueva York. A cada momento le dedican actividades sociales, en reconocimiento a su labor como comunicador. Y en Dominicana, también le otorgaron un Premio Casandra...